lunes, 25 de abril de 2011

CRÓNICA DE UNA MUERTE PARA NADA (Crónica de una muerte anunciada, Gabriel García Márquez, Debolsillo, Barcelona, 1993)


La pereza me impide llegar aquí muchas veces, llegar y sentarme delante de la pantalla e intentar darle una explicación lógica a lo que leo; que no solo se quede en eso, en una simple lectura que no tardaré en olvidar. La pereza resulta una buena cuartada para arrepentirse de las cosas, y así los días van pasando y los libros amontonándose en las estanterías acumulando polvo y olvido. Ese es mi mayor problema. La abulia que rezumo en cada empresa que inicio, tarde o temprano apartada por otras igual de inútiles y perecederas que se suceden como piezas de dominó dispuestas en un orden que no alcanzo a comprender. Muchas veces es el tiempo, su ausencia concretamente, lo que me lo impide. No es excusa, lo sé. Malgastar mi tiempo es algo que me absorbe mucho de él, y en eso quizá sea en lo único que me he mantenido constante a lo largo de estos recién cumplidos treinta y un años.

Pero hay tradiciones a las que no me resisto. Tradiciones que yo mismo me he impuesto con los años y que me obligo a cumplir con religiosa obediencia. Bajar a la ciudad todos los 23 de abril y regalarme por mi cumpleaños algún libro, es una de ellas. Ya he dado cuenta de ello aquí alguna vez. Me repito; también lo sé. Pero, ¿quién no lo hace?

Este año Gabriel García Márquez fue el elegido y su Crónica de una muerte anunciada. No es largo, así que me lo leí la misma tarde. Me gustó. Me gustó mucho.

En poco más de cien páginas, el autor nos sumerge en los episodios de una ciudad maldita donde en el transcurso de una mañana se suceden la desgracia de una boda fallida y el asesinato de un hombre, Santiago Nasar, a quien la suerte (la mala, se entiende) hace partícipe de un crimen de honor del que probablemente carecía de toda responsabilidad. Una muerte anunciada a voz en grito tanto por los promotores del asesinato como por los vecinos de la villa quienes, a pesar de ello, resultaron incapaces de evitarla. Contado en un tono frío y sin el exceso del detallismo redundante, el libro atrapa desde el comienzo aun empleando el arriesgado recurso de destripar su argumento en la primera línea.

Crónica de una muerte anunciada se tituló así porque no podía llamarse de otra manera, porque el asesinato en sí no es lo importante, ni siquiera las circunstancias en las que tuvo lugar ni los protagonistas que lo hicieron posible. En ese sentido, el libro recuerda a otros cuyas características los hacen semejantes. El túnel, de Sábato; o El extranjero, de Camus, por ejemplo. Obras en las que el desamparo y la indefensión del ser humano son los verdaderos protagonistas. Santiago Nasar murió no por las heridas de los cuchillos que le destazaron el cuerpo como un cerdo destripado, sino por el desinterés y la falta de humanitarismo de las personas que vieron que aquello podía suceder y aun así no movieron un dedo para evitarlo. Crónica de una muerte anunciada es la historia de un hombre solo en un mundo habitado por hombres y mujeres igual de solos. Y quizá el verdadero crimen sea ése, que nuestra especie haya hecho de novelas como ésta obras contemporáneas independientemente de cuándo fueran escritas y de cuándo sean leídas. Vivimos encerrados en nosotros mismos, y nosotros mismos nos hemos impuesto la más letal y perturbadora de las dictaduras. La del ordeno y mando; la del aquí y el ahora.

Tropezamos tantas veces con la misma piedra porque esa piedra es lo que somos nosotros. Tan propia como puedan serlo nuestros brazos y nuestras piernas que al caer se magullan. Como pueda serlo el dolor de arrepentirse, nos sirva o no la pereza como excusa.

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