lunes, 24 de diciembre de 2012

VOLUNTAD DE HEDONISTAS (Por donde el placer escapa, Javier Lahoz, Mira Editores, Zaragoza, 2012)




Hasta que uno no publica su primer libro no comprende que lo verdaderamente complicado en este “mundillo” no es escribirlo, si no que alguien, tal vez empujado por alguna caprichosa casualidad, se tome la molestia de leerlo. Sé de lo que hablo porque hará un par de meses vio la luz mi primera criatura: un compendio de poemas agrupados bajo el ambiguo título de Descartes no es solo un apellido y que, a excepción de la familia, los buenos amigos y un reducido grupo de curiosos desconocidos, ni dios se tomará la molestia de leer. Pero, a veces, suceden casualidades que por caprichosas no dejan de resultar un estímulo para, a pesar de los pesares, seguir adelante en este juego de egos que es escribir buscando el éxito o la indiferencia o ambas cosas.

Por una de estas casualidades conocí la novela Por donde el placer escapa, y a su autor, Javier Lahoz, quien desde Zaragoza me escribió al correo una noche para hacerme partícipe, no solo de la lectura que de mi Descartes había hecho, sino también para compartir conmigo su novela, publicada en octubre de este año pero con una larga historia a sus espaldas, pues fue galardona en 2003 en calidad de finalista del Premio Sonrisa Vertical y que se ha mantenido inédita desde tal fecha. El libro me llegó al buzón de casa pasados unos días, acompañado por una cariñosa dedicatoria y una pequeña misiva en el interior del mismo. Desde aquí reitero mi agradecimiento al autor por el detalle que tuvo, y espero que esta pequeña reseña en un blog perdido de la mano de dios le agrade como a mí me agradó la lectura que de su novela hice. 

Por encima de todo, y a sabiendas de un título versátil en significados, Por donde el placer escapa tiene como leitmotiv principal el sexo. Sexo que al autor le sirve de excusa para trazar un mapa de los sentimientos y las relaciones que los personajes de la obra construyen y en el que no resulta nada difícil identificarse de una u otra manera. Las situaciones que recrea esta novela coral tan pronto simulan realidades abrumadoras como se perfilan en situaciones disparatadas, casi esperpénticas, aliñadas con puntuales dosis de un humor grotesco que se encarga de trasladar a un plano cómico la tragedia de un placer en permanente búsqueda y pocas veces satisfecho.

Bajo la atenta y omnisciente mirada del narrador, los personajes que se dan cita en estas páginas son presentados al abrigo de su voluntad de hedonistas. Resulta fácil, entonces, categorizarlos en función del grado de autoaceptación que de su condición y satisfacción sexual esgrimen. Así, agrupados en torno a una decidida desinhibición, encontramos una primera caterva encabezada por Raquel Osuna, una mujer que tras largos años de cautiverio marital decide romper los diques que la han contenido; y Néstor Alias, homosexual convencido de lo necesario que es discernir el sexo de ese otro componente, el amor, que tantas veces lo confunde hasta tergiversarlo. En segundo orden, aparecen personajes cuya sexualidad intentan definir a costa de las consabidas dudas de siempre: Julia Sanders, quien a golpe de escarceo pretende comprender lo caprichoso que puede llegar a ser el deseo; Felipe Simancas, lascivo impenitente que solo obtiene satisfacción en la renovación constante de los placeres más extravagantes. Y, finalmente, hallamos una tercera división, la que más consigue enternecer al lector, donde los personajes que la definen comparten una desorientación de la que los demás se aprovechan: Alicia Burdeos, esclava de los irreverentes caprichos sexuales de su marido Felipe y admiradora en secreto del libertinaje de su amiga Raquel; Bienvenido Soria, onanista de retrete acosado por la inseguridad y la apetencia irrefrenable de su compañera de piso Julia. 

Añadidos a estos personajes la novela muestra alguno más, que si algo tienen en común es su sempiterna desprotección frente al mundo y los demás, absortos todos ellos en este individualismo tan actual, tan de nuestro tiempo, tan radical: en este barrio todas las calles tienen nombre de islas, escribe el autor en boca de uno de ellos, hay veces que pienso que todos los que vivimos en él somos un poco náufragos…

Lo que hace de Por donde el placer escapa una novela coherente y bien escrita es la disciplina de acontecimientos que el narrador impone. Existe una unidad espacio-temporal con presencias comunes en lugares comunes que otorga a la novela un cariz de dramaturgia desde el que el autor parece encontrarse cómodo. Además, la sucesión de elocuentes diálogos le otorgan fluidez, ritmo y naturalidad. En definitiva, una novela cuya lectura, además de entretener, muestra con denodado acierto los distintos caminos que el hombre traza en busca de un placer en perpetua huida, en continua escapada. Motivos, todos ellos, más que suficientes para dejarse cautivar por ella, o tal vez para proponerla como presente en estas fechas en las que uno no sabe muy bien qué regalar. Un acierto, desde luego y en cualquier caso, si quien a ella se acercara sabe –o quisiera saber– de placeres, y no deseara dejar escapar ni uno…

domingo, 16 de diciembre de 2012

UNA CONCEPCIÓN NORTEAMERICANA DEL SENTIDO DEL RITMO (El libro de las ilusiones, Paul Auster, Anagrama, Barcelona, 2003)




La biblioteca del colegio donde trabajo se abre en el extremo derecho del primer piso. Es una habitación amplia, bien iluminada por los ventanales que flanquean tres de sus cuatro costados; pero fría, tremendamente fría en estos meses en los que el invierno mesetario ha decidido explayarse al fin. No suele ser un espacio especialmente frecuentado: profesores que corrigen en calma durante sus horas libres, alumnos que deciden aprovechar los tiempos de recreo para adelantar ejercicios, algún padre despistado que acaba allí intentando localizar la clase de su hijo y poco más… En definitiva, un lugar propicio para intermitentes desconexiones, a cubierto del bullicio de aulas y patios, impregnado de ese olor característico a humedad y papel viejo que retienen todas las bibliotecas en las que recuerdo haber estado, y en el que un servidor acierta a relajarse a menudo, cuando la distribución del tiempo académico lo permite.

La sección de narrativa comienza en el lateral que hace esquina entre la mesa de los ordenadores y el comienzo de la ventana. Allí, sobre la balda superior, encontré un ejemplar de El libro de las ilusiones, cuyo autor es Paul Auster. Su amplio lomo amarillento descollaba entre varios ejemplares de menor tamaño. Llevaba tiempo llamándome la atención y a pesar de haberlo ojeado recurrentemente nunca me había decidido a llevármelo, tal vez por uno de esos incomprensibles prejuicios que siempre me han despertado los escritores contemporáneos de éxito. Sin embargo, la semana pasada decidí vencer mi rechazo y concederle una oportunidad de la que no me arrepiento.

Con un estilo impecable, rápido y ágil, el autor nos conduce a través de una ficción narrada en primera persona. David Zimmer, un profesor de literatura sacudido por un terrible accidente que se llevó la vida de su mujer y sus dos hijos, deambula a la deriva entre la desesperación y un estado cercano a la catarsis alcohólica. Inoperante ante tamaña desgracia, descreído de todo lo que parecía tener sentido en su vida, el protagonista desciende a través de una espiral peligrosa que le conduce irreversiblemente hacia un infierno personal e intransferible. Una casualidad, caprichosa como todas las casualidades, hace que se detenga la tramoya del pandemónium: una madrugada al borde del delirio, la televisión pasa un cortometraje mudo de los años veinte. Se trata de una comedia dirigida y protagonizada por Héctor Mann, cineasta de segunda fila que despertó su interés años atrás, cuando de él poco se sabía tras su extraña desaparición a finales de esa misma década. Tras varios meses de voluntario aislamiento, una escena de aquel filme consigue arrancarle la primera sonrisa en mucho tiempo. Entonces, y aun sin saberlo, su vida habrá cambiado. 

Como un naufrago amarrado a un pedazo de madera, Zimmer se embarca en una investigación cuyo cometido es desentrañar la obra del cineasta, hacerla pública, darla a conocer. Varios meses de investigación dan por resultado un libro, El silencioso mundo de Héctor Mann, convertido rápidamente en un éxito entre aficionados al cine mudo de los años veinte, y que le pondrá sobre la pista del desaparecido Héctor.

Es precisamente esa búsqueda lo que vertebra El libro de las ilusiones. Una explicación que en el fondo es una expiación del dolor y del vacío que tras él se abre. Tres cuartas partes de la obra recrean la calamitosa vida de Héctor, sus sucesivas identidades, la construcción de su propio personaje, su constante huida hacia adelante. No es la persecución de un individuo, sino la búsqueda de un sentido lo que lleva a Zimmer a dar con él. Esa esperanza convertida en ilusión salvará su vida.

La veracidad del discurso de El libro de la ilusiones descansa en una prosa envolvente que atrapa al lector. Auster sabe como llenar la página, entretenerse en su cometido pero sin caer en lo superfluo, con un estilo bien definido que le aporta un ritmo cinematográfico. Esa es otra de sus virtudes. El libro se detiene a menudo en la descripción de las películas de Mann. Contadas en un tono objetivo pero con la justa persuasión como para hacerlas creíbles. Evocando imágenes a través de las palabras consigue que el lector se convierta en espectador, que nuestra imaginación visualice esas imágenes con la precisión de un guionista hasta confundir la página con una pantalla de proyección.

Por lo visto no se trata de una destreza casual. Aficionado al cine, Auster ha practicado con anterioridad y reconocida solvencia el género del guion cinematográfico. Es esa capacidad de hilvanar secuencias en un orden narrativo bien construido, de otorgarles un ritmo cadencioso y envolvente que siempre mira hacia adelante, donde probablemente radique el éxito de su prosa. Una concepción norteamericana del sentido del ritmo. Ágil, decidida, vertiginosa; pero perfectamente ornamentada, de una intensidad por momentos lírica y a pesar de todo generosa y accesible. 

Ingredientes como estos hacen del autor de El libro de las ilusiones un referente interesante en la literatura contemporánea (le gusten o no a mis prejuicios como lector). Otras obras que aprovecho para recomendar son, por ejemplo, Brooklyn Follies o su archiconocida Trilogía de Nueva York. Pero hay muchas más, pues Auster es prolífico en su producción. Cualquiera de ellas, estoy seguro, hará que pases un rato agradable disfrutando de un autor refinado que sabe como contar historias inteligentes.