sábado, 1 de mayo de 2010

¿QUÉ ES LA SÁTIRA, SINO ESTO? (Porno, Irvine Welsh, Anagrama, Barcelona, 2005)


Estuve repasando hace unas semanas la película de Traisnpotting y entonces me acordé de que hará un año, más o menos, mi amigo Gonza llamó a mi puerta y me regaló el libro de Porno. “Toma, esto es para ti”, dijo. No festejábamos nada, tampoco era mi cumpleaños, ni celebrábamos efemérides alguna. “Pasé por la librería para comprarme algo y lo vi y me apeteció que lo leyeses”. “¡Qué bueno, chaval!”, le dije y lo guardé en las estanterías. La verdad es que no me había apetecido hincarle el diente hasta el otro día, cuando terminé de ver por cuarta o quinta vez Trainspotting. Recuerdo que la película me gustó bastante. La vi con mis amigos en el cine cuando apenas era un adolescente. Nos encantó a todos. Uno de ellos la compró en VHS y cada cierto tiempo solíamos quedar en su casa para degustarla como un vino añejo. Nos sentíamos identificados, o mejor dicho, queríamos sentirnos identificados. Por aquella época las drogas comenzaban a circular a nuestro alrededor y esa película era como un aliciente que nos instigaba y justificaba a partes iguales. Supongo que cuando eres un adolescente necesitas ese tipo de estímulos, de manera que no creo que inventásemos nada. Sólo años más tarde, cuando la cosa pareció sosegarse, me leí el libro. Por entonces mi amigo Gonza se había convertido en un fervoroso fan de Irvine Welsh y poco a poco se había hecho con toda su producción. Le gustaba el estilo directo, descarnado y satírico que empleaba. Le resultaba fácil de leer. Cuando me pasó la novela la leí en apenas una semana. Comprobé que era bastante diferente de lo que había visto en la pantalla. Había diferencias significativas en cuanto a los personajes principales y las historias que contaba, muchos más profusas y retorcidas que en la filmación. En líneas generales me gustaron, tanto el libro como la película, a pesar de que del primero apenas recuerdo vagos retazos. Era como si fueran diferentes: dos maneras distintas de contar historias más o menos semejantes.

Esta mañana me he levantado pronto, como suelo hacer todos los sábados, y he finiquitado las últimas cien páginas que me quedaban por leer de Porno. Lo he dejado sobre la mesa y me he puesto delante de la pantalla para proceder como acostumbro cada vez que termino una lectura que merece la pena ser disertada.

Porno es la secuela de Trainspotting. La historia comienza pasada una década desde que Mark Renton diese el palo a sus colegas tras aquel chanchullo en el que se vieron involucrados. Diez años en los que han pasado muchas cosas que en realidad no han hecho cambiar nada. Las cosas siguen exactamente igual que entonces, salvo pequeñas nimiedades que no hacen más que confirmar lo dicho. La novela, además, practica los mismos derroteros de fondo calidoscópico en que los personajes van sucediéndose en una narración en primera persona, logrando que ésta adquiera el sentido de puzle narrativo habitual en la obra de Welsh. Un Spud mas hecho polvo que nunca, inverso igual que hace una década en el trasiego drogadicto y nervioso que entonces le era propio, al borde de la hecatombe y del fracaso como pareja y padre y del que a pesar de todo una incierta e infantil esperanza le empuja misteriosamente hacia delante. Mark Renton, oculto tras la fachada anónima de una nueva vida que no le colma en Ámsterdam, se siente tentado de regresar a Edimburgo aún a sabiendas de que allí es probable que se encuentre con el fantasma de un pasado que le vendrá a pedir cuentas. Un Frank Begbie recién salido de la trena, más esquizoide y paranoico que nunca, inverso en un in crescendo de locura pandemónica y dispuesto a saldar esas viejas cuentas para nada olvidadas. Un Sick Boy —quizás la voz prominente en el relato— quien ha acendrado el pulimento de una maldad interesada y manipuladora y cuya construcción psicológica logra aproximarse con una exactitud que asusta a esta naturaleza nuestra tan propia del tiempo que nos ha tocado vivir y de la que particularmente los adolescentes beben amorrados al gollete de las botellas de coca-cola.

A todos ellos se les une una caterva de nuevos y viejos personajes entre los que destacan Nikki, una atractiva universitaria que trabaja en una casa de masajes y que la vida cruza como por casualidad en el frenético torbellino psicotrópico de la historia y por la que se desenvuelve como pez en el agua; o Dianne, vieja conocida y amante de Renton en el viejo Trainspotting que ahora reaparece con la madurez que adquieren los años y sin perder un ápice el sarcasmo vitalista de antaño. En fin, todo una caterva, como decía, de personajes sacados de las viñetas del Jueves y enfrascados en una historia que gira en torno a la grabación, producción y distribución de una película pornográfica de un cutrerío sólo comparable con unas vidas empeñadas en demostrar lo contrario.

Por momentos la historia da la sensación de excederse en páginas y acontecimientos a los que el lector no consigue arrostrar la chispa de entonces. Pero, sin embargo, su lectura no deja de resultar entretenida y en parte eso lo logra por la naturaleza del estilo que utiliza: directo, barriobajero y exquisito a partes iguales. Es fácil advertir qué personaje lleva la voz cantante en cada uno de los pasajes en que se divide la obra sólo con atender al lenguaje que emplea y sin que su nombre necesariamente aparezca en el relato: rabioso y recargado de blasfemias repetitivas para Begbie; un nerviosismo indeciso para Spud; retorcido e ingenioso en el caso de Sick Boy; y en cambio más sosegado, taimado incluso, para Renton y en parte también para Nikki. Welsh es un maestro en este sentido y aquí lo vuelve a lograr con creces. En otro orden de cosas, la novela engancha al desplegar una sátira enloquecida que vierte en sus páginas un fresco expresionista y falsamente exagerado de la realidad social (¿qué es la sátira, sino esto?). Los personajes esgrimen conductas más habituales de lo que en principio pueda parecer y eso convierte a Welsh en un escritor de su tiempo; en un escritor, quizá, demasiado centrado en su tiempo, con los inconvenientes que la posteridad siempre ha contemplado para este tipo de casos.

Welsh es escocés, además. Dato que sería baladí si no fuera porque escribe de acuerdo a su dialecto materno, perdiéndose gran parte de su fuerza, ironía y dobles sentidos en la traducción por muy buena que ésta sea y de hecho lo parezca. Pero con eso y con todo Porno me ha gustado, y lo sé porque ha sido la típica lectura que me ha mantenido en vilo hasta altas horas de la madrugada y que he tenido la necesidad de retomar en momentos del día poco propicios para ello. Distintivos, sin duda, más que suficientes para darle las gracias de nuevo a mi amigo Gonza y dedicarle esta reseña.

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