La idea era en realidad escribir sobre otra cosa. Sobre Pérez-Reverte y su libro La sombra del águila. Pero ya se sabe lo que pasa con los libros que uno lee por compromiso. No son lecturas que eliges. Tampoco son libros que deciden aparecer en tu vida como si tal cosa, como si llevaran tiempo buscando el momento de tropezarse contigo y zancadillearte la existencia. Las lecturas que uno hace por compromiso las lee sin más, buscando únicamente satisfacer el deseo y la expectativa de quien te las ha presentado. La sombra del águila me lo regaló alguien que ni siquiera me conoce, ya que de hacerlo sabría perfectamente que a mí nunca se me puede regalar un libro. Pero el caso es que me lo leí la otra tarde, mientras regresaba en tren de un viaje por el sur. Lo leí bajo una descomunal resaca y cuando llegué a la última página cerré el libro y miré el reloj. Faltaba menos de media hora para llegar a Atocha. En seguida me di cuenta de que eso sería únicamente lo que en una reseña podría decir de él. De manera que no perderé más tiempo.
Mientras hacía esto —leer a Pérez-Reverte, me refiero— tenía en la mochila de viaje otro librillo. De poemas. De David González. Sembrando hogueras, se llama.
No soy muy ducho en el manejo de las nuevas tecnologías. La informática es un mundo que se escapa por completo a mi paciencia. Con la red pasa tres cuartos de lo mismo. El correo, algo de pornografía, algún que otro blogs y poco más. Sin embargo, recientemente he descubierto el mundo de las librerías digitales. Un extraordinario y peligroso espacio donde es fácil conseguir todo tipo de libros que en las librerías tradicionales resulta complicado si no imposible. Iberlibro, por ejemplo. Tecleas lo que persigues en el buscador y en cuestión de segundos aparece en la pantalla una relación de títulos y librerías. Luego, cuando haces la selección, rellenas los datos personales y bancarios y en una semana tienes el pedido asomando por la ranura de tu buzón. Algo extraordinario, como decía, pero también peligroso. Parafraseando a Chandler, este asunto está consiguiendo que mi cuenta bancaria bese el suelo sin necesidad de agacharse.
Una de mis adquisiciones más recientes ha sido precisamente Sembrando hogueras.
A David González lo sigo desde hace bastante tiempo. Es un buen escritor, gran poeta y relatista. Pero como suele suceder con los buenos escritores, los de verdad, sus libros no sirven de reclamo en las librerías más corrientes. Hacerse con ellos es complicado. De una tacada compré cuatro el otro día, como te decía. Tres de ellos ya me los había leído, sacados de bibliotecas públicas. El cuarto, Sembrando, no ha hecho más que confirmar lo que has leído al principio de este párrafo.
Si David González es un buen escritor es porque sabe hacer las cosas con una elegante sencillez, logrando con ello desnudar al hombre hasta de su propia piel. Sus poemas no son las típicas ensoñaciones visionarias que tanto gustan a los que quieren confundir y optan para ello por la poesía. Sus poemas son excursiones por la vida. Un paseo cuyo recorrido lo marcan atracciones aparentemente tan poco atractivas como una vieja carbonería, la cárcel o una covacha que hace las veces de hogar y cuyas ventanas dan a un callejón sin salida. No se olvida tampoco de los ecuménicos temas de siempre. El amor, el sufrimiento, la soledad. La muerte, en último término. Pero el método que emplea no se recrea en ambages ni exuberancias líricas. Cuenta las cosas tal cual son. Porque así, tal como unos ojos corrientes pueden observarlas, son lo suficientemente bellas y dramáticas como para no tergiversarlas con palabras ni artificios de más.
En todo caso, este falso realismo es más verosimilitud que otra cosa. Muchas de sus composiciones las cierran versos que abren una puerta al vacío por donde el lector cae sin otra posibilidad que volver a retomar el poema desde el principio. Y lo maravilloso de todo es que cuando lo hace y llega al final, la historia se repite; deslizándose en una pátina de sensaciones confusas y envolventes llenas de interrogantes. Porque esa es la esencia: preguntas que no tienen respuesta o que la respuesta es esa misma pregunta. Sus poemas no son realistas. Son verosímiles.
No me resulta cómodo hablar de escuelas o tendencias o generaciones. Pero lo cierto es que a David González fácilmente se le puede inscribir en la órbita de otros autores españoles que practican un tipo de poesía nueva. Empleando las palabras de Isla Correyero, un tipo de poesía radical, marginal y heterodoxa. Marbete en el que caben firmas como Miriam Reyes, Jesús Llorente, Antonio Orihuela, Eladio Orta, Violeta C. Rangel (algún día hablaremos de ella…) o la propia Correyero. Un tipo de poesía que rejuvenece el “patio de universidad” en el que se ha convertido —si no lo era ya antes— un país tradicionalmente dado a los versos.
Sembrando hogueras se inicia con un verso suelto: la única manera de escribir un poema es formar parte del poema. En realidad todos sus poemas se inician con citas, ajenas normalmente, que el autor explica de ese modo: versos sueltos. Algunos cierto es que dejan indiferentes. Pero otros en cambio te acuchillan hasta las cejas, dejándote perplejo y prevenido para lo que viene y que rara vez decepciona. Como este de Douglas Coupland: comprendo que no soy una persona feliz y que a lo mejor nunca lo seré, que introduce el poema La sabiduría del esclavo y que aquí reproduzco como final a la reseña:
LA SABIDURÍA DEL ESCLAVO
se necesitan muy pocas cosas para ser feliz.
eres guapo, joven, alto, inteligente,
tienes salud,
un trabajo estable,
coche…
lo tienes todo para ser feliz, sin embargo,
añadía mi madre, no lo eres.
(además,
nunca me faltaba dinero para comprar
libros, discos, sellos, ropa, drogas, cintas de vídeo,
en fin, cualquier capricho que se me antojase).
no lo eres, no eres feliz, repetía mi madre.
¿por qué?, me preguntaba, ¿por qué?
y ahora,
que voy a pie a todos los sitios,
que carezco de medios para ganarme la vida,
que la salud ya no forma parte de los brindis,
ahora, digo, es suficiente
conque no me falte el tabaco,
con tener la cena a tiempo,
con oír la voz de mi madre, o de mi padre,
a través del teléfono.
suficiente
con sentir los pasos de mi novia
subiendo por la escalera cuando regresa,
a altas horas de la madrugada,
de su trabajo en el bar.
me conformo
conque algunas tardes, no todas,
por la única ventana de mi casa,
entre
el sol.
Grande David. Es un gran poeta. Estuvo recientemente en Elche y no pude disfrutar de su recital. Los que allí fueron, no lo olvidan.
ResponderEliminarGracias, tío. Ya sé que está mal que yo lo diga: pero tu reseña es una muy buena lectura de mi libro. Y además es un honor para mí que cites a una serie de poetas que, aparte de ser grandes poetas, son también grandes amigos. Lo dicho: gracias. Y un abrazo fuerte y solidario.
ResponderEliminarA Silente: no te preocupes, que si la salud me respeta, me plantaré en Elche en cuanto pueda. Fue una experiencia realmente increíble, sobre todo por la calidad humana de la gente que conocí allí. Otro abrazo, fuerte y solidario, para ti también.
gracias a ti David! me cago en dios, casi me caigo de la silla al abrir el blog..., el honor es mio. Sigue dándole duro a las palabras, eres un jefe!
ResponderEliminarSilente: nos vemos en Elche, bueno más bien te vere yo a ti...
un abrazo a los dos!
........... . .. .. . . ... . . ...
ResponderEliminarSamsa, es que en Gijón hay una estupenda cantera...
ResponderEliminarEste es posiblemente uno de mis favoritos de David González, se sale un poco de su voz habitual, pero a la vez, conserva su estilo:
SOLO SANGRE
sobre la mesita de noche
hay una máquina de escribir.
en el carro, en vez de papel,
hay un piel roja.
vendían otros indios
en el tenderete de las postales.
les habían fotografiado
delante
de una pared
de ladrillos
de adobe rojo.
llevaban sombreros
de hongo y chalecos
de rayas.
tenían el pecho hundido.
para sostenerse
de pie
se agarraban a una botella
de whisky.
el indio
de mi máquina
de escribir
se agarra al pelo
de su caballo.
el indio
de mi máquina
de escribir
es un guerrero,
un sioux
oglala.
el ejemplo
que hay
que seguir.
me recuerda
que no debo rendirme
nunca,
que debo mantenerme
siempre
en pie
de guerra.
P.D. Ah y oírle recitar es un auténtico gusto...
gracias a tod@s...desde estas tierras todo ese arrojo de palabras son sanadoras ¡joder! gracias por colgar y hacerme los poemas más hermosos, y gracias por escribirlos, claro...
ResponderEliminarsaludos desde el otro lado
Con respecto a Violeta C. Rangel espero ansiosa tus palabras sobre ella (o él...)
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