Hasta que uno no publica su
primer libro no comprende que lo verdaderamente complicado en este “mundillo”
no es escribirlo, si no que alguien, tal vez empujado por alguna caprichosa
casualidad, se tome la molestia de leerlo. Sé de lo que hablo porque hará un
par de meses vio la luz mi primera criatura: un compendio de poemas agrupados
bajo el ambiguo título de Descartes no es
solo un apellido y que, a excepción de la familia, los buenos amigos y un
reducido grupo de curiosos desconocidos, ni dios se tomará la molestia de leer.
Pero, a veces, suceden casualidades que por caprichosas no dejan de resultar un
estímulo para, a pesar de los pesares, seguir adelante en este juego de egos
que es escribir buscando el éxito o la indiferencia o ambas cosas.
Por una de estas casualidades
conocí la novela Por donde el placer
escapa, y a su autor, Javier Lahoz, quien desde Zaragoza me escribió al
correo una noche para hacerme partícipe, no solo de la lectura que de mi Descartes había hecho, sino también para
compartir conmigo su novela, publicada en octubre de este año pero con una
larga historia a sus espaldas, pues fue galardona en 2003 en calidad de
finalista del Premio Sonrisa Vertical y que se ha mantenido inédita desde tal
fecha. El libro me llegó al buzón de casa pasados unos días, acompañado por una
cariñosa dedicatoria y una pequeña misiva en el interior del mismo. Desde aquí reitero
mi agradecimiento al autor por el detalle que tuvo, y espero que esta pequeña reseña
en un blog perdido de la mano de dios le agrade como a mí me agradó la lectura
que de su novela hice.
Por encima de todo, y a sabiendas
de un título versátil en significados, Por
donde el placer escapa tiene como leitmotiv
principal el sexo. Sexo que al autor le sirve de excusa para trazar un mapa de
los sentimientos y las relaciones que los personajes de la obra construyen y en
el que no resulta nada difícil identificarse de una u otra manera. Las
situaciones que recrea esta novela coral tan pronto simulan realidades
abrumadoras como se perfilan en situaciones disparatadas, casi esperpénticas,
aliñadas con puntuales dosis de un humor grotesco que se encarga de trasladar a
un plano cómico la tragedia de un placer en permanente búsqueda y pocas veces
satisfecho.
Bajo la atenta y omnisciente
mirada del narrador, los personajes que se dan cita en estas páginas son
presentados al abrigo de su voluntad de hedonistas. Resulta fácil, entonces,
categorizarlos en función del grado de autoaceptación que de su condición y satisfacción
sexual esgrimen. Así, agrupados en torno a una decidida desinhibición,
encontramos una primera caterva encabezada por Raquel Osuna, una mujer que tras
largos años de cautiverio marital decide romper los diques que la han contenido;
y Néstor Alias, homosexual convencido de lo necesario que es discernir el sexo
de ese otro componente, el amor, que tantas veces lo confunde hasta
tergiversarlo. En segundo orden, aparecen personajes cuya sexualidad intentan
definir a costa de las consabidas dudas de siempre: Julia Sanders, quien a
golpe de escarceo pretende comprender lo caprichoso que puede llegar a ser el
deseo; Felipe Simancas, lascivo impenitente que solo obtiene satisfacción en la
renovación constante de los placeres más extravagantes. Y, finalmente, hallamos
una tercera división, la que más consigue enternecer al lector, donde los
personajes que la definen comparten una desorientación de la que los demás se
aprovechan: Alicia Burdeos, esclava de los irreverentes caprichos sexuales de
su marido Felipe y admiradora en secreto del libertinaje de su amiga Raquel;
Bienvenido Soria, onanista de retrete acosado por la inseguridad y la apetencia
irrefrenable de su compañera de piso Julia.
Añadidos a estos personajes la
novela muestra alguno más, que si algo tienen en común es su sempiterna
desprotección frente al mundo y los demás, absortos todos ellos en este
individualismo tan actual, tan de nuestro tiempo, tan radical: en este barrio todas las calles tienen
nombre de islas, escribe el autor en boca de uno de ellos, hay veces que pienso que todos los que
vivimos en él somos un poco náufragos…
Lo que hace de Por donde el placer escapa una novela
coherente y bien escrita es la disciplina de acontecimientos que el narrador
impone. Existe una unidad espacio-temporal con presencias comunes en lugares
comunes que otorga a la novela un cariz de dramaturgia desde el que el autor parece
encontrarse cómodo. Además, la sucesión de elocuentes diálogos le otorgan
fluidez, ritmo y naturalidad. En definitiva, una novela cuya lectura, además de
entretener, muestra con denodado acierto los distintos caminos que el hombre
traza en busca de un placer en perpetua huida, en continua escapada. Motivos,
todos ellos, más que suficientes para dejarse cautivar por ella, o tal vez para
proponerla como presente en estas fechas en las que uno no sabe muy bien qué
regalar. Un acierto, desde luego y en cualquier caso, si quien a ella se acercara
sabe –o quisiera saber– de placeres, y no deseara dejar escapar ni uno…