domingo, 9 de mayo de 2010

SI HAY ALGO MÁS REALISTA QUE ESTO, HÁZMELO SABER Y CALLARÉ (Si me necesitas, llámame, Raymond Carver, Anagrama, Barcelona, 2010)


No recuerdo muy bien dónde adquirí Short cuts, aunque creo que fue en Valladolid hace ya bastantes años. El caso es que era lo primero que leía de Carver y recuerdo que me puse una noche manos a la obra cuando ya todos se habían acostado. Encendí la lámpara del salón, me lié un cigarrillo y empecé a pasar páginas como poseído. Al poco rato comprendí que todo lo que había escuchado y leído sobre Carver antes se desvelaba como irrefutablemente cierto. El empalme de los pelos de los brazos me duró hasta la página sesenta y cinco. En ese momento, cuando fui a pasar a la siguiente, me di cuenta de que algo no cuadraba. Era como si el discurso se hubiera desvanecido en cuestión de un instante. Luego me fijé en la numeración de la página y entendí de qué iba el asunto. La edición que había pillado tenía una errata de imprenta: de la sesenta y cinco pasaba a la página noventa y ocho sin solución de continuidad. Maldije a los dioses, a la zorra que me vendió el libro y sobre todo a mí por no haber conservado el ticket de compra. Arrojé al tarado al otro extremo del sofá, apagué la luz y me fui a dormir con un cabreo considerable.

Aun tengo el Short cuts tullido. Nunca lo he reemplazado por la edición buena. Hasta hace unos días pensé que era lo único que me quedaba por leer de Raymond Carver, hasta que entré en la librería de mi amigo Pepe y vi un ejemplar que desconocía: Si me necesitas, llámame. Lo compré y nada más hacerlo me tomé la molestia de contar, una a una, las páginas. Por si las moscas, ya sabes.

Si me necesitas es una breve colección de relatos que la viuda de Carver, Tess Gallagher, encontró en los documentos del escritor años después de su fallecimiento, justamente cuando ella daba por concluida la publicación póstuma de su obra íntegra. Se trata de cinco relatos, dos de los cuales inéditos y los otros tres publicados con ciertas variaciones en revistas a caballo entre finales de los setenta y principios de los ochenta. Relatos que, según indica la sinopsis, Carver descartó en vida debido a su alto contenido autobiográfico; aspecto que confirma Gallagher en el epílogo que se ha incluido al final de esta edición y que uno, por poco conocimiento que tenga de su biografía, ratifica una vez leídos.

En ellos, el lector vuelve a reencontrarse con el Carver que conoce y lo sedujo. La misma sencillez minimalista que construye historias como sacadas de un álbum de fotografías en que uno puede fácilmente reconocerse. Historias a través de las cuales uno vuelve a experimentar esa sensación entre divina, diabólica y desconcertante que sobreviene al concluir los relatos, pensando en por qué demonios acaban allí, así…, en lugar de continuar página tras página hasta morir de viejos. Y es que el realismo de Carver es tan exacto que por eso mismo confunde (quien te diga que comprende la realidad o es un lunático o intenta engañarte). Raymond Carver coge las palabras y las pone una detrás de otra hasta que juntas componen una puerta que se abre a la sospecha, y que el lector atraviesa para recrear las inciertas verdades que el relato calla: el pasado de unos personajes devastados por la vida y la angustia lacerante que late en el fondo de sus almas. A diferencia de tantos otros escritores cuyas voces omniscientes desentrañan hasta el tamaño de las uñas de sus personajes, Carver se limita a dar pistas, pequeñas y vagas sensaciones que el lector recoge como agua de lluvia y que dotan a su escritura de un misterio apasionado, dramático y sobre todo real. Nunca se llega a comprender del todo a sus personajes, las conductas que esgrimen, las resoluciones que adoptan; como tampoco se llega nunca a comprender del todo a nadie en esta vida…; si hay algo más realista que esto, házmelo saber y callaré.

Parafraseando a la propia Gallagher, el valor de estas obras no sólo radica en su conjunto, sino también en los pequeños detalles. Efectivamente los argumentos que construyen Si me necesitas (como el resto de su producción en prosa) parecen sacados de fotografías aparentemente baladíes. Sin embargo, lo importante en ellos no es lo que cuentan, sino lo que se intuye; esas pequeñas verdades que cimientan la vida misma y a las que no solemos prestar la debida atención. Verdades que por frágiles e insospechadas van a lo corriente, a lo habitual, para en ellas mecer la vida de unos personajes a medio camino entre la destrucción y la salvación (de ahí la constante presencia del fuego en su obra). Por ello mismo Carver emplea un lenguaje cuya forma rehúye la exuberancia y se recrea en la brevedad oracional. Porque lo esencial radica en la desnudez de las palabras, y en este sentido hay muy pocos escritores que brillen. Carver, al contrario, supera el grado de la destreza.

Si me necesitas, llámame es un libro que cierra un camino que, por casualidades de esa misma vida que tanto le obsesionaba, a los lectores de Raymond Carver siempre nos parecerá excesivamente breve, como sus propios relatos, quizá. Y al que especialmente tenía ganas de dar cuenta aquí, pues no en vano la idea de escribir reseñas la saqué de uno de sus libros, así como la idea de escribir en general. Raymond Carver es uno de mis maestros y por ello mismo le doy las gracias. Allá donde quiera que esté.

sábado, 1 de mayo de 2010

¿QUÉ ES LA SÁTIRA, SINO ESTO? (Porno, Irvine Welsh, Anagrama, Barcelona, 2005)


Estuve repasando hace unas semanas la película de Traisnpotting y entonces me acordé de que hará un año, más o menos, mi amigo Gonza llamó a mi puerta y me regaló el libro de Porno. “Toma, esto es para ti”, dijo. No festejábamos nada, tampoco era mi cumpleaños, ni celebrábamos efemérides alguna. “Pasé por la librería para comprarme algo y lo vi y me apeteció que lo leyeses”. “¡Qué bueno, chaval!”, le dije y lo guardé en las estanterías. La verdad es que no me había apetecido hincarle el diente hasta el otro día, cuando terminé de ver por cuarta o quinta vez Trainspotting. Recuerdo que la película me gustó bastante. La vi con mis amigos en el cine cuando apenas era un adolescente. Nos encantó a todos. Uno de ellos la compró en VHS y cada cierto tiempo solíamos quedar en su casa para degustarla como un vino añejo. Nos sentíamos identificados, o mejor dicho, queríamos sentirnos identificados. Por aquella época las drogas comenzaban a circular a nuestro alrededor y esa película era como un aliciente que nos instigaba y justificaba a partes iguales. Supongo que cuando eres un adolescente necesitas ese tipo de estímulos, de manera que no creo que inventásemos nada. Sólo años más tarde, cuando la cosa pareció sosegarse, me leí el libro. Por entonces mi amigo Gonza se había convertido en un fervoroso fan de Irvine Welsh y poco a poco se había hecho con toda su producción. Le gustaba el estilo directo, descarnado y satírico que empleaba. Le resultaba fácil de leer. Cuando me pasó la novela la leí en apenas una semana. Comprobé que era bastante diferente de lo que había visto en la pantalla. Había diferencias significativas en cuanto a los personajes principales y las historias que contaba, muchos más profusas y retorcidas que en la filmación. En líneas generales me gustaron, tanto el libro como la película, a pesar de que del primero apenas recuerdo vagos retazos. Era como si fueran diferentes: dos maneras distintas de contar historias más o menos semejantes.

Esta mañana me he levantado pronto, como suelo hacer todos los sábados, y he finiquitado las últimas cien páginas que me quedaban por leer de Porno. Lo he dejado sobre la mesa y me he puesto delante de la pantalla para proceder como acostumbro cada vez que termino una lectura que merece la pena ser disertada.

Porno es la secuela de Trainspotting. La historia comienza pasada una década desde que Mark Renton diese el palo a sus colegas tras aquel chanchullo en el que se vieron involucrados. Diez años en los que han pasado muchas cosas que en realidad no han hecho cambiar nada. Las cosas siguen exactamente igual que entonces, salvo pequeñas nimiedades que no hacen más que confirmar lo dicho. La novela, además, practica los mismos derroteros de fondo calidoscópico en que los personajes van sucediéndose en una narración en primera persona, logrando que ésta adquiera el sentido de puzle narrativo habitual en la obra de Welsh. Un Spud mas hecho polvo que nunca, inverso igual que hace una década en el trasiego drogadicto y nervioso que entonces le era propio, al borde de la hecatombe y del fracaso como pareja y padre y del que a pesar de todo una incierta e infantil esperanza le empuja misteriosamente hacia delante. Mark Renton, oculto tras la fachada anónima de una nueva vida que no le colma en Ámsterdam, se siente tentado de regresar a Edimburgo aún a sabiendas de que allí es probable que se encuentre con el fantasma de un pasado que le vendrá a pedir cuentas. Un Frank Begbie recién salido de la trena, más esquizoide y paranoico que nunca, inverso en un in crescendo de locura pandemónica y dispuesto a saldar esas viejas cuentas para nada olvidadas. Un Sick Boy —quizás la voz prominente en el relato— quien ha acendrado el pulimento de una maldad interesada y manipuladora y cuya construcción psicológica logra aproximarse con una exactitud que asusta a esta naturaleza nuestra tan propia del tiempo que nos ha tocado vivir y de la que particularmente los adolescentes beben amorrados al gollete de las botellas de coca-cola.

A todos ellos se les une una caterva de nuevos y viejos personajes entre los que destacan Nikki, una atractiva universitaria que trabaja en una casa de masajes y que la vida cruza como por casualidad en el frenético torbellino psicotrópico de la historia y por la que se desenvuelve como pez en el agua; o Dianne, vieja conocida y amante de Renton en el viejo Trainspotting que ahora reaparece con la madurez que adquieren los años y sin perder un ápice el sarcasmo vitalista de antaño. En fin, todo una caterva, como decía, de personajes sacados de las viñetas del Jueves y enfrascados en una historia que gira en torno a la grabación, producción y distribución de una película pornográfica de un cutrerío sólo comparable con unas vidas empeñadas en demostrar lo contrario.

Por momentos la historia da la sensación de excederse en páginas y acontecimientos a los que el lector no consigue arrostrar la chispa de entonces. Pero, sin embargo, su lectura no deja de resultar entretenida y en parte eso lo logra por la naturaleza del estilo que utiliza: directo, barriobajero y exquisito a partes iguales. Es fácil advertir qué personaje lleva la voz cantante en cada uno de los pasajes en que se divide la obra sólo con atender al lenguaje que emplea y sin que su nombre necesariamente aparezca en el relato: rabioso y recargado de blasfemias repetitivas para Begbie; un nerviosismo indeciso para Spud; retorcido e ingenioso en el caso de Sick Boy; y en cambio más sosegado, taimado incluso, para Renton y en parte también para Nikki. Welsh es un maestro en este sentido y aquí lo vuelve a lograr con creces. En otro orden de cosas, la novela engancha al desplegar una sátira enloquecida que vierte en sus páginas un fresco expresionista y falsamente exagerado de la realidad social (¿qué es la sátira, sino esto?). Los personajes esgrimen conductas más habituales de lo que en principio pueda parecer y eso convierte a Welsh en un escritor de su tiempo; en un escritor, quizá, demasiado centrado en su tiempo, con los inconvenientes que la posteridad siempre ha contemplado para este tipo de casos.

Welsh es escocés, además. Dato que sería baladí si no fuera porque escribe de acuerdo a su dialecto materno, perdiéndose gran parte de su fuerza, ironía y dobles sentidos en la traducción por muy buena que ésta sea y de hecho lo parezca. Pero con eso y con todo Porno me ha gustado, y lo sé porque ha sido la típica lectura que me ha mantenido en vilo hasta altas horas de la madrugada y que he tenido la necesidad de retomar en momentos del día poco propicios para ello. Distintivos, sin duda, más que suficientes para darle las gracias de nuevo a mi amigo Gonza y dedicarle esta reseña.